martes, 27 de abril de 2010

Don Miguel:

Era por allá a inicios de los años 70, en tiempos convulsos pero a la vez más esperanzados para nuestra patria, cuando lo escuché por primera vez. Conocía ya, parcialmente, su obra; había leído Quién llama en los Hielos y entreveía, allí, un Mysterio que no osábamos confesarnos a nosotros mismos; sentía, también, mi alma “quemada por los hielos”, y me había quedado la poderosa sugestión de un destino polar.

Conocía su obra, no tanto por la crítica, o por la historia literaria chilena, sino, sobre todo, por un pequeño libro, un libro de esos que, por un azar o una providencia extrañas, parecen destinados únicamente a dar a conocer, a otros, otros nombres: La Revolución que Chile espera se llamaba esa obrita y su autor era Héctor Sepúlveda Villanueva, desaparecido hace ya mucho tiempo. Allí supe de su significación y de su trayectoria, y supe que habría que leer un día esa Nueva Edad publicada en los años prohibidos.

Entonces, de algún modo misterioso, en medio de esos tiempos convulsos, apareció en Chile y lo pude ver y escuchar, en su presencia corpórea. Hablo pues –nada menos- de Nietzsche y el Eterno Retorno. ¡Qué sugestiones, qué intuiciones que se veían confirmadas por esa exposición! He aquí que la ronda eterna, en la interpretación del que hablaba, tenía una salida; que en el círculo sin fin era posible la actualización de las potencialidades una vez manifestadas; que aquello que había quedado incompleto o truncado en el aion anterior sería plenamente realizado: Nietzsche no perdería la razón y reencontraría a su Ariadna; Montségur no sería conquistada, las derrotas se trasmutarían en victorias...

Pero, como en un sueño, aquel que había hablado se alejaba, inasible. ¿Es que se le podía dejar ir? A riesgo de que se desvaneciera como en un encantamiento cuyo tiempo ha pasado, pude encontrarlo y verlo por segunda vez. Hablamos largamente. Lo acompañé a cierto sitio al que se dirigía y allí nos despedimos. Al separarnos me dijo: “nos volveremos a encontrar”. Sí; nos volveríamos a encontrar, pero, ¿cuándo? Las palabras parecían indicar que sería en otra ronda que tendría lugar el reencuentro. Hecho realidad en este mundo por un momento, parecía que él volvía, de nuevo y para siempre, al reino misterioso e inasequible al que en verdad pertenecía.

Sin embargo, nos hemos vuelto a encontrar. No ha sido necesario esperar tanto tiempo, y la patria nos reunió. He tenido el privilegio de estar a su lado, o seguirlo, en las batallas que había que dar, aquí y ahora. Otras rondas seguirán y los encuentros se repetirán. Pero lo que era libro, y magia, y ensueño, se trasmutó en la realidad de una amistad que ha permanecido y permanecerá.


ERR
(Palabras dedicadas a Don Miguel al cumplir sus 88 años)

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